miércoles, 27 de octubre de 2010
lunes, 23 de agosto de 2010
La narrativa de Chihuahua
En Chihuahua nacieron tres clásicos de la literatura mexicana: Martín Luis Guzmán (1887-1976), cuya novela posrevolucionaria La sombra del caudillo (1929) aún despierta polémicas; Rafael F. Muñoz (1899-1972), magnífico cuentista, y Carlos Montemayor (1947-2010), que decía que su mejor obra es Guerra en el Paraíso (1991), la historia novelada de la guerrilla de Lucio Cabañas y el ejército mexicano en la década de los 70 del siglo XX.
Tales apuntes vienen a razón de la clausura de la Semana de las Culturas de Chihuahua en la Ciudad de México, que se llevó a cabo del 18 al 22 de agosto en diferentes foros y en la que, además de conciertos, mesas redondas, muestras gastronómicas, artesanales, lecturas dramatizadas, presentaciones de libros, sirvió de corte de caja para, por medio de seis antologías, dar a conocer la riqueza artística de ese estado en los últimos 15 años. Aquí, por motivos de espacio, sólo me detendré a comentar su narrativa.
Otros autores, ya reconocidos en el arte de contar, son Ignacio Solares, Jesús Gardea, Alfredo Espinosa y Raúl Manríquez, quien, por cierto, tuvo la deferencia de ofrecerme para mi editorial Días de septiembre (2009), Premio Nacional de Novela Justo Sierra O’Reilly, de la Bienal de Literatura Yucatán 2007, en la que se retrata los vicios y las virtudes de lo que significa ser maestro en México.
De los narradores emergentes que han recibido la beca David Alfaro Siqueiros entre el 2005 y el 2009 se puede hablar de, por lo menos, 15 escritores, que son los que aparecen en la antología Narrativa (2010), compilada por la también escritora Liliana Pedroza, ganadora del Premio Chihuahua de Literatura 2008, con su cuentario Vida en otra parte (2009), que es un libro de viajes en el que la ficción y la realidad se confunden, van y vienen como si la literatura fuera un juego de espejos entre lo fantástico y lo cotidiano.
De los autores reseñados por Pedroza, conozco la obra de Blas García Flores, pues le voy a publicar su ópera prima: Carta del apóstol san Blas a los parralenses, de la que David Ojeda destaca “su poderío para hacer de su ciudad (Juárez) una evocación -atmosférica, argumental, sociológica, histórica- que lo recorre (el libro) de principio a fin”. Las piezas de Arminé Arjona, Ricardo Anzaldúa y Héctor Jaramillo, también compiladas en la antología, me parecieron dignas de destacar.
Pero el mejor descubrimiento de la nueva narrativa chihuahuense me lo ofreció Raúl Manríquez que, hará cosa de un año, me mandó el maquinescrito Del Aleph al Guernica, de Juan Marcelino Ruiz, profesor de primaria en Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, cuyo humor negro hace de sus cuentos una delicia. Tal libro está a días de venderse en librerías.
Publicado en Diario El Economista, el 22 de agosto de 2010, por Marcial Fernández
Tales apuntes vienen a razón de la clausura de la Semana de las Culturas de Chihuahua en la Ciudad de México, que se llevó a cabo del 18 al 22 de agosto en diferentes foros y en la que, además de conciertos, mesas redondas, muestras gastronómicas, artesanales, lecturas dramatizadas, presentaciones de libros, sirvió de corte de caja para, por medio de seis antologías, dar a conocer la riqueza artística de ese estado en los últimos 15 años. Aquí, por motivos de espacio, sólo me detendré a comentar su narrativa.
Otros autores, ya reconocidos en el arte de contar, son Ignacio Solares, Jesús Gardea, Alfredo Espinosa y Raúl Manríquez, quien, por cierto, tuvo la deferencia de ofrecerme para mi editorial Días de septiembre (2009), Premio Nacional de Novela Justo Sierra O’Reilly, de la Bienal de Literatura Yucatán 2007, en la que se retrata los vicios y las virtudes de lo que significa ser maestro en México.
De los narradores emergentes que han recibido la beca David Alfaro Siqueiros entre el 2005 y el 2009 se puede hablar de, por lo menos, 15 escritores, que son los que aparecen en la antología Narrativa (2010), compilada por la también escritora Liliana Pedroza, ganadora del Premio Chihuahua de Literatura 2008, con su cuentario Vida en otra parte (2009), que es un libro de viajes en el que la ficción y la realidad se confunden, van y vienen como si la literatura fuera un juego de espejos entre lo fantástico y lo cotidiano.
De los autores reseñados por Pedroza, conozco la obra de Blas García Flores, pues le voy a publicar su ópera prima: Carta del apóstol san Blas a los parralenses, de la que David Ojeda destaca “su poderío para hacer de su ciudad (Juárez) una evocación -atmosférica, argumental, sociológica, histórica- que lo recorre (el libro) de principio a fin”. Las piezas de Arminé Arjona, Ricardo Anzaldúa y Héctor Jaramillo, también compiladas en la antología, me parecieron dignas de destacar.
Pero el mejor descubrimiento de la nueva narrativa chihuahuense me lo ofreció Raúl Manríquez que, hará cosa de un año, me mandó el maquinescrito Del Aleph al Guernica, de Juan Marcelino Ruiz, profesor de primaria en Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, cuyo humor negro hace de sus cuentos una delicia. Tal libro está a días de venderse en librerías.
Publicado en Diario El Economista, el 22 de agosto de 2010, por Marcial Fernández
domingo, 16 de mayo de 2010
Premian a México en España
Mucho México este fin de semana. Conseguí ingredientes mexicanos, cociné mole, arroz, frijolitos, quesadillas, guacamole, etc. Casi, casi una auténtica comida mexicana, tenía hasta cerveza mexicana. Lástima que las tortillas sean tan malas. Parecía que estaba celebrando la visita de Felipe Calderón a este país, ni más ni menos que para participar en la Cumbre México-Unión Europea, donde lo nombrarán socio estratégico por ser una de las economías emergentes de América Latina o más bien por ser el puente entre América Latina y Estados Unidos de América. Pobre México -decía Santana- tan lejos de Dios, tan cerca de los Estados Unidos. Cuando el país se está desmoronando, cuando se ha publicado esta misma semana la cantidad de muertes que se han originado desde la llamada Guerra contra el narcotráfico. Qué verguenza! Encima le otorgan a México el premio Nueva Economía Fórum 2009 a la Cohesión Social y el Desarrollo Económico. Si Felipe Calderón tuviera un poco de vergüenza rechazaría el premio, aunque fuera por vergüenza, repito. México no había tenido una situación política y económica tan desastrosa desde mucho tiempo atrás. Y así piensa celebrar Centenario y Bicentenario. ¿Qué festejamos Felipe? ¿El miedo? ¿El dolor de los que han perdido familiares en esta lucha sin sentido? ¿La tristeza de los que han tenido que abandonar su tierra por amenazas? ¿los secuestros? ¿la facilidad con que ahora se llevan a cabo asaltos a mano armada y asesinatos con toda confianza sabiendo que el sistema de justicia está desbordado y es más que difícil recibir un castigo por los delitos?
No tenemos nada que festejar, es tiempo de trabajar y pensar formas de solucionar la situación del país. Los intercambios de banderitas con España están muy bien, quedan muy bien para la foto, pero mucho mejor estaría recuperar la dignidad ante Estados Unidos y representar los intereses de los mexicanos.
No tenemos nada que festejar, es tiempo de trabajar y pensar formas de solucionar la situación del país. Los intercambios de banderitas con España están muy bien, quedan muy bien para la foto, pero mucho mejor estaría recuperar la dignidad ante Estados Unidos y representar los intereses de los mexicanos.
viernes, 23 de abril de 2010
El Creel de mis recuerdos...
Con suma tristeza he visto el vídeo de la matanza de Creel del pasado 15 de marzo. He reconocido paisajes, casas, anuncios, la carretera. He reconocido Creel, ese pueblo entrañable que pisé por primera vez a los once años. Iba de camino a Chihuahua, buscaba un lugar en la “Amiga de la Obrera” para seguir estudiando como hacían tantas niñas de mi pueblo. Ahora sé que tuve suerte de no ser admitida, me dijeron que había muchas niñas con más necesidad buscando un lugar y yo tenía la cara limpia, un par de zapatos y una madre que me traía la ropa limpia y planchada. El destino me llevó a Cuauhtémoc donde estudié secundaria, preparatoria y volví después de la Universidad a trabajar en diversos sitios. Adopté Cuauhtémoc como mi ciudad, pero nunca olvidé mis orígenes, mi pueblo natal, Cerocahui y todo el trayecto del tren Chihuahua al Pacífico.
A finales de la década de los ochenta, cuando yo buscaba una escuela secundaria para continuar mis estudios, Creel era el inicio de la civilización; había gasolinera, empezaba el camino pavimentado, ¡había incluso luz eléctrica! Ese lujo les permitía tener frigoríficos y con ello las consecuentes maravillas como las paletas heladas, los pollos “americanos”, etc. Los que veníamos de poblados lejanos abríamos los ojos extasiados ante la vida moderna de Creel.
Me gustaba aquél pueblo, siempre lo consideré un pueblo mágico. El paisaje majestuoso y entrañable combinado con esa población cosmopolita, el romanticismo de los estudiantes de la escuela de monjas que tocaban la guitarra y cantaban canciones de José Luis Perales y Mocedades. Todo me gustaba, deseaba irme a vivir a Creel algún día. Tuve un novio en Creel; conocí a Juan Carlos en Creel; pasé un excelente inicio de año en Creel; disfruté del mejor concierto de mi vida en Creel; viví un fin de semana mágico en Creel con el que ahora es mi esposo… En fin, Creel significó para mí muchos sueños, era parada obligatoria en las idas y vueltas a Cerocahui; pasábamos por Creel antes de visitar a Romayne Wheleer y parábamos a desayunar … ¡mh! Cómo recuerdo esos desayunos con la gente del Banco de Alimentos. Recuerdo también al Molkas, la placita, la oficina de Correos, pero sobre todo la estación del tren. Era casi de película cada vez que pasaba por Creel, miraba con ansiedad por la ventanilla del tren, corría a los vestíbulos para ver, para buscar, ¿qué buscaba? Nada, era el olor, era la sensación, era un sentimiento indescriptible que me motivaba aquél adorable pueblecito donde empezaba mi tierra, mis montañas, mis árboles, mis casitas de adobe con la columna de humo queriendo llegar al cielo. Cuando volvía de Cerocahui, igual me invadía una excitación especial al llegar a Creel, siempre era el principio o el fin, siempre fue especial, hasta la última vez que llegué a comer pollo asado con toda la familia.
Ahora que he visto el vídeo he sentido un sobrecogimiento fuerte, un dolor indescriptible al ver mi tierra tomada por las redes de narcotráfico. Vivo lejos, pero me mantengo cerca gracias a las nuevas tecnologías. Habló a menudo por teléfono con familia y amigos y leo periódicos de mi tierra. Me niego a separarme, sigo perteneciendo allá, por eso siento que el problema del narcotráfico me concierne y por eso siento que ante la problemática actual, algo tenemos que hacer, aunque sea escribir nostálgicos artículos de opinión que recuerden lo hermosa que ha sido la Sierra Tarahumara, los tiempos tan buenos que hemos pasado en ella, cuando había trabajo, cuando los jóvenes teníamos alternativas de desarrollo y la tierra y los pinos eran suficientes para satisfacer nuestras necesidades. Escribo desde la nostalgia, escribo desde la distancia.
A finales de la década de los ochenta, cuando yo buscaba una escuela secundaria para continuar mis estudios, Creel era el inicio de la civilización; había gasolinera, empezaba el camino pavimentado, ¡había incluso luz eléctrica! Ese lujo les permitía tener frigoríficos y con ello las consecuentes maravillas como las paletas heladas, los pollos “americanos”, etc. Los que veníamos de poblados lejanos abríamos los ojos extasiados ante la vida moderna de Creel.
Me gustaba aquél pueblo, siempre lo consideré un pueblo mágico. El paisaje majestuoso y entrañable combinado con esa población cosmopolita, el romanticismo de los estudiantes de la escuela de monjas que tocaban la guitarra y cantaban canciones de José Luis Perales y Mocedades. Todo me gustaba, deseaba irme a vivir a Creel algún día. Tuve un novio en Creel; conocí a Juan Carlos en Creel; pasé un excelente inicio de año en Creel; disfruté del mejor concierto de mi vida en Creel; viví un fin de semana mágico en Creel con el que ahora es mi esposo… En fin, Creel significó para mí muchos sueños, era parada obligatoria en las idas y vueltas a Cerocahui; pasábamos por Creel antes de visitar a Romayne Wheleer y parábamos a desayunar … ¡mh! Cómo recuerdo esos desayunos con la gente del Banco de Alimentos. Recuerdo también al Molkas, la placita, la oficina de Correos, pero sobre todo la estación del tren. Era casi de película cada vez que pasaba por Creel, miraba con ansiedad por la ventanilla del tren, corría a los vestíbulos para ver, para buscar, ¿qué buscaba? Nada, era el olor, era la sensación, era un sentimiento indescriptible que me motivaba aquél adorable pueblecito donde empezaba mi tierra, mis montañas, mis árboles, mis casitas de adobe con la columna de humo queriendo llegar al cielo. Cuando volvía de Cerocahui, igual me invadía una excitación especial al llegar a Creel, siempre era el principio o el fin, siempre fue especial, hasta la última vez que llegué a comer pollo asado con toda la familia.
Ahora que he visto el vídeo he sentido un sobrecogimiento fuerte, un dolor indescriptible al ver mi tierra tomada por las redes de narcotráfico. Vivo lejos, pero me mantengo cerca gracias a las nuevas tecnologías. Habló a menudo por teléfono con familia y amigos y leo periódicos de mi tierra. Me niego a separarme, sigo perteneciendo allá, por eso siento que el problema del narcotráfico me concierne y por eso siento que ante la problemática actual, algo tenemos que hacer, aunque sea escribir nostálgicos artículos de opinión que recuerden lo hermosa que ha sido la Sierra Tarahumara, los tiempos tan buenos que hemos pasado en ella, cuando había trabajo, cuando los jóvenes teníamos alternativas de desarrollo y la tierra y los pinos eran suficientes para satisfacer nuestras necesidades. Escribo desde la nostalgia, escribo desde la distancia.
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