En Chihuahua nacieron tres clásicos de la literatura mexicana: Martín Luis Guzmán (1887-1976), cuya novela posrevolucionaria La sombra del caudillo (1929) aún despierta polémicas; Rafael F. Muñoz (1899-1972), magnífico cuentista, y Carlos Montemayor (1947-2010), que decía que su mejor obra es Guerra en el Paraíso (1991), la historia novelada de la guerrilla de Lucio Cabañas y el ejército mexicano en la década de los 70 del siglo XX.
Tales apuntes vienen a razón de la clausura de la Semana de las Culturas de Chihuahua en la Ciudad de México, que se llevó a cabo del 18 al 22 de agosto en diferentes foros y en la que, además de conciertos, mesas redondas, muestras gastronómicas, artesanales, lecturas dramatizadas, presentaciones de libros, sirvió de corte de caja para, por medio de seis antologías, dar a conocer la riqueza artística de ese estado en los últimos 15 años. Aquí, por motivos de espacio, sólo me detendré a comentar su narrativa.
Otros autores, ya reconocidos en el arte de contar, son Ignacio Solares, Jesús Gardea, Alfredo Espinosa y Raúl Manríquez, quien, por cierto, tuvo la deferencia de ofrecerme para mi editorial Días de septiembre (2009), Premio Nacional de Novela Justo Sierra O’Reilly, de la Bienal de Literatura Yucatán 2007, en la que se retrata los vicios y las virtudes de lo que significa ser maestro en México.
De los narradores emergentes que han recibido la beca David Alfaro Siqueiros entre el 2005 y el 2009 se puede hablar de, por lo menos, 15 escritores, que son los que aparecen en la antología Narrativa (2010), compilada por la también escritora Liliana Pedroza, ganadora del Premio Chihuahua de Literatura 2008, con su cuentario Vida en otra parte (2009), que es un libro de viajes en el que la ficción y la realidad se confunden, van y vienen como si la literatura fuera un juego de espejos entre lo fantástico y lo cotidiano.
De los autores reseñados por Pedroza, conozco la obra de Blas García Flores, pues le voy a publicar su ópera prima: Carta del apóstol san Blas a los parralenses, de la que David Ojeda destaca “su poderío para hacer de su ciudad (Juárez) una evocación -atmosférica, argumental, sociológica, histórica- que lo recorre (el libro) de principio a fin”. Las piezas de Arminé Arjona, Ricardo Anzaldúa y Héctor Jaramillo, también compiladas en la antología, me parecieron dignas de destacar.
Pero el mejor descubrimiento de la nueva narrativa chihuahuense me lo ofreció Raúl Manríquez que, hará cosa de un año, me mandó el maquinescrito Del Aleph al Guernica, de Juan Marcelino Ruiz, profesor de primaria en Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, cuyo humor negro hace de sus cuentos una delicia. Tal libro está a días de venderse en librerías.
Publicado en Diario El Economista, el 22 de agosto de 2010, por Marcial Fernández
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