Con suma tristeza he visto el vídeo de la matanza de Creel del pasado 15 de marzo. He reconocido paisajes, casas, anuncios, la carretera. He reconocido Creel, ese pueblo entrañable que pisé por primera vez a los once años. Iba de camino a Chihuahua, buscaba un lugar en la “Amiga de la Obrera” para seguir estudiando como hacían tantas niñas de mi pueblo. Ahora sé que tuve suerte de no ser admitida, me dijeron que había muchas niñas con más necesidad buscando un lugar y yo tenía la cara limpia, un par de zapatos y una madre que me traía la ropa limpia y planchada. El destino me llevó a Cuauhtémoc donde estudié secundaria, preparatoria y volví después de la Universidad a trabajar en diversos sitios. Adopté Cuauhtémoc como mi ciudad, pero nunca olvidé mis orígenes, mi pueblo natal, Cerocahui y todo el trayecto del tren Chihuahua al Pacífico.
A finales de la década de los ochenta, cuando yo buscaba una escuela secundaria para continuar mis estudios, Creel era el inicio de la civilización; había gasolinera, empezaba el camino pavimentado, ¡había incluso luz eléctrica! Ese lujo les permitía tener frigoríficos y con ello las consecuentes maravillas como las paletas heladas, los pollos “americanos”, etc. Los que veníamos de poblados lejanos abríamos los ojos extasiados ante la vida moderna de Creel.
Me gustaba aquél pueblo, siempre lo consideré un pueblo mágico. El paisaje majestuoso y entrañable combinado con esa población cosmopolita, el romanticismo de los estudiantes de la escuela de monjas que tocaban la guitarra y cantaban canciones de José Luis Perales y Mocedades. Todo me gustaba, deseaba irme a vivir a Creel algún día. Tuve un novio en Creel; conocí a Juan Carlos en Creel; pasé un excelente inicio de año en Creel; disfruté del mejor concierto de mi vida en Creel; viví un fin de semana mágico en Creel con el que ahora es mi esposo… En fin, Creel significó para mí muchos sueños, era parada obligatoria en las idas y vueltas a Cerocahui; pasábamos por Creel antes de visitar a Romayne Wheleer y parábamos a desayunar … ¡mh! Cómo recuerdo esos desayunos con la gente del Banco de Alimentos. Recuerdo también al Molkas, la placita, la oficina de Correos, pero sobre todo la estación del tren. Era casi de película cada vez que pasaba por Creel, miraba con ansiedad por la ventanilla del tren, corría a los vestíbulos para ver, para buscar, ¿qué buscaba? Nada, era el olor, era la sensación, era un sentimiento indescriptible que me motivaba aquél adorable pueblecito donde empezaba mi tierra, mis montañas, mis árboles, mis casitas de adobe con la columna de humo queriendo llegar al cielo. Cuando volvía de Cerocahui, igual me invadía una excitación especial al llegar a Creel, siempre era el principio o el fin, siempre fue especial, hasta la última vez que llegué a comer pollo asado con toda la familia.
Ahora que he visto el vídeo he sentido un sobrecogimiento fuerte, un dolor indescriptible al ver mi tierra tomada por las redes de narcotráfico. Vivo lejos, pero me mantengo cerca gracias a las nuevas tecnologías. Habló a menudo por teléfono con familia y amigos y leo periódicos de mi tierra. Me niego a separarme, sigo perteneciendo allá, por eso siento que el problema del narcotráfico me concierne y por eso siento que ante la problemática actual, algo tenemos que hacer, aunque sea escribir nostálgicos artículos de opinión que recuerden lo hermosa que ha sido la Sierra Tarahumara, los tiempos tan buenos que hemos pasado en ella, cuando había trabajo, cuando los jóvenes teníamos alternativas de desarrollo y la tierra y los pinos eran suficientes para satisfacer nuestras necesidades. Escribo desde la nostalgia, escribo desde la distancia.
3 comentarios:
Desgraciadamente Rosalva, el Creel de tus recuerdos es tan sólo eso: un recuerdo. No sólo Creel,sino todo el estado de Chihuahua se ha ido carcomiendo por la prepotencia y cinismo de algunos, la complicidad de otros y la cobardía o indiferencia de todos. Conserva esos recuerdos, es lo único que no han podido arrebatarnos.
Por mi tierra bendita que es Chihuahua esa tierra tan llena de alegría ahí va la vida mía ahí va mi corazón corazón que nació pá ser rebelde porque sabe perder cuando se pierde por que grita contento cuando gana "que viva mi Chihuahua que es toda mi ilusión"
Reza la canción que compusiera José Alfredo Jiménez, quien se quedo enamorado de la majestuosidad de la Sierra Tarahumara en una de sus giras por este Estado por allá en los años setentas.
Del Chihuahua de esos tiempos solo quedan los recuerdos, la inseguridad que secuestro al Estado tiene a la sociedad a la defensiva, de tal modo que si alguien te saluda y no es una cara conocida ya no sabes cuál es su verdadera intención... vivimos con la paranoia de ser victimados en cualquier momento.
Qué bonito es sentirse chihuahuense y aventar por los aires un balazo que marque en el espacio la ruta del valor.
Reza otra estrofa de la canción y que en tiempos actuales lo más normal es escuchar balazos por doquier, que lejos de mostrar valor hace que las personas caigan pecho en tierra serrando los ojos esperando que pase lo que tanga que pasar rezando para volver a casa con los suyos...
Añoramos que Chihuahua sea ese Chihuahua bendito bañada de luna de y de sol...
Muchísimas gracias a los dos por enriquecer mi trabajo con sus opiniones. Conservemos los recuerdos y luchemos (yo poco puedo hacer desde la distancia...) para volver a tener paz y bienestar en nuestra tierra...
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